LF Capítulo 1
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Capítulo 1
Sorpresas
Los
gemidos en la habitación eran estruendosos, la luz del joven amanecer entraba
por la ventana abierta, mientras ambos se movían a un mismo ritmo. Lo vio
temblar, mientras le acariciaba el rostro, atrapando en la punta de los dedos
una gota de sudor. Ambos en medio del sueño habían despertado cargados de
ansias y abrazados, lo que los había llevado a una entrega total. Ella le
sonrió de forma traviesa, reconociendo la mirada de él, colocando las manos con
fuerza contra el espaldar de la cama, dejó que su cuerpo fuera liberado por las
embestidas de Armando. Sin duda, esa danza antigua era exquisita, más cuando se
estaba con alguien a quien se conocía. El grito de ambos no fue una sorpresa,
pero sí gratamente recibido. Entre jadeos y besos suaves se abrazaron por unos
instantes.
-¿Cómo te sientes?
-Excelente…- No le quedaba otra forma de explicar
lo que sentía. Sintió que iba a decir algo más, lo vio negar con una sonrisa en
los labios, para luego alejarse y tomar la caja de cigarrillos; una mala maña
que no había dejado, pero que aún intentaba romper. Lo observó contra luz,
pensando que su cuerpo estaba saciado, su mente tranquila y su amante estaba en
el balcón de la habitación fumando, un anticlímax total. Ella no le permitía
fumar a su lado. Lo que era todo un “crash down”, eso sucedía cuando uno se
buscaba un amante que sufría de alergias. Increíble, pero cierto. Se dio la
vuelta en la cama para tomar de su cartera el último libro que estaba leyendo.
Sus manos rebuscaban entre los objetos mixtos y extraños de su cartera mientras
seguía pensando en lo que sucedía con su amante. ¿Hacía cuánto no hablaban o
discutían de algún tema que les apasionara? No esperes milagros…
era lo que se decía cada vez que entraba en ese apartamento. Sintió un
estremecimiento delicioso, aún podía sentir las caricias desesperadas, el dulce
dolor en la parte baja de su cuerpo, donde las sensaciones habían sido
maravillosas, originadas por dos amantes que se conocían muy bien. Sus pechos
hinchados se sentían pesados y llenos, algo que la tenía sorprendida por lo
mucho que habían cambiado en tan poco tiempo.
Con un suspiro resignado se arrellanó en la cama y
abrió su copia de El cuadro de Dorian Gray, a pesar de que la historia
le gustaba muchísimo por la belleza de descripción del autor, su mente viajaba
una y otra vez a su amante. Su mirada se posaba con frecuencia en la figura
entrecortada por la luz del amanecer.
Lo
conocía muy bien, el tiempo había pasado y ellos se habían alejado, sin
embargo, el núcleo que les permitía seguir caminando hacia adelante, no fue
cambiado por la vida. Entendía que algo le estuviera molestando, lo cual no
quería decir que invadiera su privacidad con preguntas incómodas. Cuando
estuviera listo, él hablaría. Pero diablos, eran tan diferentes como el agua y
el aceite, eso sí, cuando los unías podías hacer un buen arroz. Sonrío ante el
pensamiento tan mundano y se dejó envolver por la historia del libro.
Vio como los personajes cobraban vida en su mente y
podía ver los sucesos como una película mental, mucho mejor que cualquier
versión cinematográfica que se hubiera hecho del libro. Algo que le ayudaría a no pensar en el hombre taciturno que estaba metido en su cueva mental sin
decir lo que le estaba comiendo el alma. Escuchó que tocaban a la puerta y el
grito de Armando desde el balcón diciendo que no había terminado con el
cigarrillo. Ella negó con la cabeza. Se puso en pie, mientras miraba la figura
de Armando contra las sombras del amanecer.
Su
cuerpo recortado por la luz del amanecer demostraba el paso del tiempo de forma
limitada. Recordó al jovenzuelo que vivió con ella por tres años en ese lugar,
sintiendo que ambos habían perdido algo, pero que en esos momentos podían ganar
mucho más. Aunque no sabía cómo poner sus manos en ese algo que torturaba a
Armando. Suspiró profundo y sintió el olor a cigarrillo, el olor de la ciudad y
el silencio que había caído en una calle que no sabía lo que era el silencio
durante los días de semana, pero que en domingo era punto muerto.
Recordó los gritos y el gran volumen de personas
que se congregaban en la estrecha calle, buscando especiales. ¡Como que estaban
sobre los puntos de ventas y reunión para jóvenes de la universidad! Río
Piedras en un buen día podía recibir la visita de miles de personas de
diferentes clases sociales, con diferentes gustos e ideas. La meca de una
ciudad que es vecina de una universidad. Con movimientos seguros, aunque sin
pensarlo mucho se encaminó hacia la puerta principal del apartamento. Notó con
nostalgia lo poco que había cambiado en diez años y lo poco que duraría la
estructura si seguía descuidándose. Trató de colocar lo mejor que pudo y con
una mano su bata color verde jade, sobre su desnuda piel, las solapas algo
abiertas por lo torpe del movimiento. Con el libro en mano y una sonrisa pícara
en los labios, abrió la puerta para encontrarse no con la comida que esperaban,
sino con una mujer con la nariz enrojecida y lágrimas rodando por sus mejillas.
“¡Diablos!”
-Jey…
Armando, no es la comida, pero sí es para ti.- Con un movimiento rápido se
alejó de la puerta dejando entrar a la tormenta de mujer que conocía por
diferentes descripciones, ninguna de las cuales la habían dejado como una
fémina lógica y racional. De seguro no podía escoger un mejor día, con tanto
que tenía que hablar con la familia y ella que aparecía en su puerta. Sonrió
con dulzura y maldijo su mala suerte varias veces. Soltó el libro y ató el
tejido de la bata de forma correcta, evitando dar una buena imagen de lo que se
escondía bajo la misma.
-Carajo
Sara, ¿qué haces aquí?
-Tenía
que saber por quién me has dejado. Maldito… es una niña…- La señalada, en este
caso yo, terminó encogiéndose ante esa descripción sin poder evitar la
descripción de niña.- Te he dado lo mejor de mi vida, nuestro hijos y me
engañas con esa chiquilla de mierda.- La mujer la señaló olvidando la buena
educación. En otro momento de mi vida hubiera intentado arrancarle la cabeza,
pero esa no era su batalla, así que respiró profundo.
-Sara no
te deje por ella… tú y yo... ya teníamos más de un problema.
-¿Cómo
que no me has dejado por ella? ¡No han pasado dos meses y ya estás viviendo con
ella!
-Disculpen…
Armando ve a vestirte, ya sabes qué puede pasar.- Él asintió con pesar, había
estado preparado para esa escena y sabía cómo todo se iría al demonio pronto.
Era mejor estar preparado para la caballería. Sus ojos color verde parecían
oscurecidos por los pensamientos que viajaban en su mente. Ella se volteó a
mirar en silencio a la mujer que esperaba que Armando se negara a salir de la
habitación.- Señora, primero que todo, yo soy mayor que usted, así que no soy
una niña. Por otra parte no vivo con Armando, somos amantes ocasionales así que
esa seguridad de que le ha dejado por mí, esta errónea. Yo lo menos que deseo
es ser la mujer de ese zopenco.- Armando se encogió un poco ante las palabras,
pero sonrío tranquilo ante las mismas, no había más que hacer, suplicó control
a Elizabeth, a su querida guerrillera Eli, mientras salía de la habitación,
sorprendiendo con el acto a Sara.
-No
entiendo… él vive aquí.
-Sí,
pero yo no vivo aquí, es uno de mis apartamentos, pero mi hogar esta en otro
lugar. ¿Desea beber algo?- La mujer parecía haber sido golpeada, como si no
comprendiera lo que se le decía de forma educada.
-No…
¿Cómo pudo romper con nuestro matrimonio? ¿Por qué se fue de casa para
meterse en este cuchitril?- Las palabras habían dejado de ser un susurro
confundido para terminar siendo un grito ultrajado.- ¿Cómo es que rompiste con
nuestro matrimonio?
-Ahí
está el problema, yo no he roto nada. Ustedes se cargaron su matrimonio
solitos, sin ayuda de nadie.
-Maldita
ramera…- La mujer se acercó con intenciones claras de lanzar un golpe a la
cara, Elizabeth con un movimiento de la muñeca lo evitó, aplicándole una llave
que producía dolor y detenía cualquier intento de ataque. Colocando con rapidez
la mano abierta frente a la mujer.
-Has
estado a centímetros de tener la nariz rota. No hay acción sin reacción, es
mejor que lo recuerdes cuando estás conmigo. – Dijo de manera fría.- ¡Armando,
ven y sostén a esta mujer antes de que le enseñe lo mucho que me empelota el
tenerla al frente!- gritó en dirección a la habitación. Él salió rápido de la
habitación, colocando los botones de su camisa y con una mirada de susto en el
rostro.
-¿Qué…?-
Unos golpes en la puerta detuvieron la pregunta que a Elizabeth le parecía más
que estúpida, pero que al fin siempre se hacía en esos casos. ¿Qué sucedió?
Ella se alejó de la pareja y tomando en las manos la cartera de él que estaba
en la mesa, estaba segura que ahora sí era la comida.- ¿Es la comida?- gritó
con alegría al ver al joven vecino. Era hijo de los dueños de un restaurante
chino, con los que había entablado una hermosa amistad, tanto así que en sus
desayunos la incluían a ella, mientras que ella pagaba como si fuera parte de
los servicios del restaurante.
-Vamos,
siéntense. Vamos a comer y a dialogar mientras tanto.
-No me
pienso sentar a la mesa de esta vulgar puta, hija de su perra madre.
-Es una
forma de verlo, pero como la verdad depende del punto de vista, así que me vale
madre la opinión que pueda tener usted de mí. Armando los vasos y tenedores.
-No
creo… que sea buena idea dejarles a solas.
-Te
concedo el punto, pero recuerda que quien ataca es ella, yo sólo me defiendo.
-Eso es
lo que me preocupa.
-Sí… se
nota que me conoces…- la mujer veía el intercambio y las sonrisas de ambos sin
poder evitar la envidia. La camarería entre ambos, hablaba de amistad y
entendimiento, algo que nunca llegó a sentir por completo con Armando.- Voy a
buscar lo que necesitamos.
-Armando,
soy la madre de tus hijos. ¡No puedes hacerme esto!- El teléfono sonó cortando
lo que eran las palabras repetidas un millón de veces en boca de Sara para
Armando.
-Armando
toma la llamada… de seguro es Michael.
-Sí…
Hola… Si tenemos un poco de lío. No para nada… es Sara que está visitando, sí,
mi ex-mujer.- Ante esas palabras la mencionada se encogió como si la hubieran
golpeado, dejando escapar un gemido de negación.
-¿Ya
viene?- Preguntó Elizabeth con las manos llenas de vasos y cubiertos.
-Sí,
mencionó la comida… creo que estaba pensando en parar en algún lugar.- Él
intento preguntar con la mirada por qué la preocupación por la alimentación,
pero ella sonrío y se preparó para comer.- Está bien, Sara… me gustaría dejar
claro que no te he dejado por otra mujer. Lo nuestro no funciona desde hace
años, nuestros hijos sufren más con el infierno en que vivíamos, que con una
separación. Yo estoy cansado de ser el malo de la película, pero acepto que no
he hecho las cosas perfectas.- Ella comenzó a llorar nuevamente, negandó con la
cabeza, Elizabeth pensó que era hermosa, aún con la nariz roja y los ojos
hinchados, era hermosa. La pinta de una princesa, ojos azules cristal, el
cabello largo y rubio, con buen cuerpo y de largas piernas. Pero era veneno en
envase caro, no joda…
-No es
cierto… podíamos haberlo arreglado, lo hemos hecho otras veces. Sí ella no
hubiera aparecido...
-¡Yo me
hubiera suicidado…! ya no lo soportaba… estaba cansado de todo… esa no era mi
vida, era la vida que tú querías para nosotros.- Él parecía mayor, tratando de
explicar el infierno personal que había sufrido en los últimos meses de
matrimonio. -No te das cuenta que nunca te mentí sobre cómo era, sobre mis sueños
y anhelos. Crees que no sé qué metí la pata hasta el fondo por ser tan sincero.
Tú esperabas un cuento de hadas y yo nunca he sido un príncipe.
-Siempre
te he aceptado como eres…
-Mentira…
pensaste que podrías cambiarme, convertirme en lo que tú deseabas, en un esposo
estilo principesco. Yo lo intenté, juro que lo intenté, pero cuando me portaba
como un ángel tus ataques de celos destrozaban algo dentro de mí. Me cansé de
ser un juguete defectuoso. Dejé de ser yo, de sonreír de verdad, de disfrutar
de eso que me gustaba para ser un padre y esposo respetable.
-¡NUNCA
FUISTE MI JUGUETE!
-¡EXPLICA
ENTONCES QUE CARAJO FUI EN TU CASA!
-¡ALTO!...
Están en mi casa… o por lo menos yo estoy presente. Si esto es un ejemplo de lo
que viven en su hogar. Armando tiene razón respecto a sus hijos.- Elizabeth
dejó el plato con deseos de abofetearlos a los dos. Parecían gatos y perros.-
Si tienen ganas de pleito se van. No tengo problemas con una discusión entre Adultos,
esto se está convirtiendo en un circo.
-No
entiende… no tiene hijos…
-No
tengo hijos es cierto… pero sí tengo familia… sé que lo más importante es un
ambiente seguro y saludable. Ustedes han dejado de ser seres racionales en
cuestión de segundo, aunque lo racional no creo que se pueda aplicar a usted
por la forma en que ha llegado.- Eli tragó de golpe y miró con calma al hombre
que un día había amado con locura, en su mirada se encontraba un deseo de
perdón. Pero él no podía comprenderlo aún.- Déjeme contarle algo, cuando
Armando me dejó por ser una pervertida de lo peor, era su necesidad de estar
con una señorita de buena casa, de buena educación, una señorita que no veo hoy
aquí. Siempre he deseado tener hijos propios, Armando tiene las cualidades para
ser un buen padre, algo raro, pero bueno… lo sé muy bien ya que estuve dos
meses pensando los pros y los contras de decirle que estaba embarazada cuando
me dejó por usted.
-¿Qué?
-Cállate Armando… es un hecho, no una razón para
discutir. Cuando perdí a mi bebe, lloré, grité y me hice una sombra de lo que
un día fui. Por un tiempo pensé que había sido un castigo por ser diferente,
por ser una mujer apasionada. Pero hoy nada ni nadie menosprecia lo que soy.
Soy Elizabeth Cristyal Crast, educadora sexual, escritora con éxito y muy
orgullosa de ser una pervertida. Diferente hasta la medula, sí, sincera hasta
la crueldad, eso seguro, no me importa las normas sociales, y qué. Si alguien
desea juzgar mi conducta se puede ir al carajo.
-¿Qué tiene que ver eso con la discusión?
-¿Quién eres tú, Sara?
-Yo… soy Sara… contable, esposa de Armando y
orgullosa madre de tres niños.
-Si ya lo veo… ¿eres feliz como contable?, ¿eres
feliz siendo esposa de Armando y siendo madre? No contestes… piénsalo.
-Eli, nunca lo supe… lo siento.
-No hay problema, es un dolor que existió, me
enseñó, pero no me destruyó…
-Nunca debí dejarte… por lo menos no como lo hice.
-Estamos de acuerdo en ese punto. Con tus palabras
me condenaste, pero quién pago a largo plazo, fuiste tú… yo soy libre, tú has
estado y aún estás atrapado por lo que otros puedan pensar. Tu familia hasta
ahora no ha encontrado lo que es la libertad, para opinar, para ser o crecer
como debe ser. Para colmo de males ella nunca se ha dado cuenta de la forma en
que a castrado a su familia con su control absoluto.
-¿Qué?- dijo Sara confundida.
-Es cierto. Sé que tienes razón, nunca dejé de
llevar una doble vida. ¿Eres feliz, Eli?- Armando deseaba abrazarla mientras
murmuraba esas palabras, pero sabía que eso golpearía con mayor fuerza a Sara,
aumentando su rabia contra Eli.
-Cómo todo ser humano tengo mis momentos de
felicidad… pero a diferencia de otros yo sé buscar lo que me hace feliz y me
agarro a ello con fuerza. Así que ahora soy feliz con la ecuación que ha
resultado, pero me preocupan algunos resultados no previstos.- Unas llaves
sonaron en la puerta y ambos guardaron silencio esperando a ver qué sorpresa
entraba por ésta. Ambos sabían que era la llegada de Michael, pero ninguno
sabía que podía suceder de ahí en adelante. Lo vieron entrar con sonrisa en los
labios y las manos oscuras a la espalda. Sara gimió, tal vez por lo grande,
seis pies cuatro pulgadas bien construidas o por lo peligroso que se veía. La
mirada estaba cargada de precaución a pesar de la sonrisa, analizando la
situación o buscando algún signo de violencia. Eli se puso en pie lanzándose a
los brazos del recién llegado.
-¿Otro esposo?- La voz cargada de resentimiento en
Sara y el veneno en la mirada.
-Sí, el mío…- Todos los que conocían a Eli bien,
rieron sin poder evitarlo, parecía una gatita restregándose contra el pecho y
barriga del recién llegado. Armando parecía triste ante la imagen pero no
perdió la sonrisa.-Ah…- gimió ella
-¿Estás bien?- Ella susurró algo contra su pecho,
como si fuera una afirmación, pero fue suficiente para que él se relajara.-
Adivina quién ha llegado de visita,- dice el recién llegado.
-¿Quién?- Él se movió a un lado dejando ver a quien
llegaba tras él.
-Hola…- Fue un susurro, pero provocó que Eli
cambiara de expresión varias veces, para luego que se lanzara a los brazos de
la mujer.
-Cristina… ¿Estás bien?
-Siento interrumpir.- La joven era delgada, el
cabello largo y la mirada abierta de par en par, intentando comprender la
situación.
-Le he dicho que no se preocupe… estaba afuera sin
atreverse a tocar…- Con una mirada todos comprendieron la razón, Eli se acercó
a la joven y la abrazó, no poco después unió sus labios en un beso tierno al que
Cristina respondió colocando sus manos en el corto cabello de quien le daba
tanta ternura en una simple caricia, hasta que gimió con profundidad por el
placer sentido.
-Cochinas… esto es lo que te gusta Armando…- Sara
fue silenciada por la mirada tierna y expectante en el hombre que juraba
conocer mejor que nadie. Tenía un poco de sensualidad, pero todo lo que podía
encontrar en ella era ternura y aceptación. Observó al tal Michael que tenía su
mirada oscura sobre las mujeres, observando con avidez la escena. Cuando ambas
se separaron, Eli reía contenta, como una niña en la mañana de navidad.
-Sigues llorando… ¿por qué?
-Pensé que no me querrías ver hoy, con tantas
cosas.
-Cristina siempre eres bienvenida. Armando está
hoy… pero tuvimos una visita inesperada. Por lo demás nada ha cambiado.
-¿Visita? Soy su esposa maldita sea. Ustedes son
unas lapas cualquieras.- Un gemido colectivo escapó de los hombres y Cristina
se encogió, lo que provocó una reacción violenta en la forma de mirar de Eli.
-Conmigo barre hasta la calle, porque me importa un
carajo su opinión. Pero con Cristina ni usted, ni Dios que baje del cielo se
mete.- La mujer que hasta ahora había actuado como pacificadora, parecía una
gata salvaje. Ante esto Sara debió pensar que la joven era el punto débil de
Eli, porque no se quedó callada.
-Esa mierda de mujer… es igual…-no logró terminar
lo que iba a decir ya que un puño detuvo sus palabras. Los hombres se movieron,
pero ninguno a defender a Sara, que se tocaba el rostro sorprendida por el
golpe.
Michael susurró unas palabras al oído de Eli,
palabras que lograron relajarla. Armando se movió al lado de Cristina pero no
la tocó, sólo evitó con su cuerpo que fuera un punto de ataque de Sara.
-¿Armando?
-No, estás mal. Eres mi ex esposa. No tengo que
explicar mis acciones y mis amistades. Por favor vete.
-Te quedarás en la calle… mi padre se encargará de
dejarte sin nada.
-Que así sea…
-Tus hijos te odiaran.
-Son seres racionales Sara. Ellos conocen a su
padre y a su madre. Además JD, que es el más pequeño comprende que sus padres
no pueden seguir viviendo juntos. Haz lo que puedas, quédate con todo, pero yo
no voy a renunciar a compartir con mis hijos por tu causa. Ellos decidirán y yo
respetaré dicha decisión.
-Maldito seas… ya veremos si es así… verás el odio
en sus ojos y te arrepentirás de lo que has hecho... de lo que me has hecho.-
Ella sacó el teléfono y comenzó a hablar con alguien diciendo donde estaba y
que la fueran a buscar.
-Michael lleva a las chicas a la habitación. ¿Qué
les parece una comida en el balcón?- Todos asintieron y movieron juntos la
comida. Cristina bajó la mirada asustada, pero tomó los vasos con manos firmes,
demostrando así, que no le tenía miedo a la mujer, pero que se sentía incomoda
con la situación.
-Armando, amor… ten cuidado… ya sabíamos que este
día iba a llegar. Respira profundo y deja que todo siga su curso.- Él asintió y
se movió fuera del cuarto cerrando la puerta con cuidado. Los que le vieron
salir sintieron un gran peso en el corazón, lo que se avecinaba no sería fácil,
para su amigo y amante.
* * * *
-No comprendo que ha sucedido.
-Lo sé cielo… es algo que ya esperábamos, pero nunca
imaginé que fuese hoy. Menos aún que estarías involucrada, me disculpo por
ello. Ahora come tranquila, es tu día para ser mimada.- Eli observó a la joven
algo pálida, se maldijo por hacer la cita en ese lugar y no en un parador
tranquilo. Pero Cristina ya tenía un ambiente seguro en ese lugar y bonitos
recuerdos en el mismo.
-No deseo que Armando tenga problemas con su
familia.
-Querida, ellos tienen problemas desde que dijeron
el sí quiero.
-Eso es cierto.- dijo Armando en la puerta a la vez
que llevaba en mano un envase de cristal.- Te he comprado mangos, sé que es tu
fruta favorita.
-Gracias…- La joven se sonrojó, a lo que él se río
sin poder creer que ella reaccionara tiernamente con él. Habían hablado mucho,
en persona y en línea. Ambos sabían que tal vez tendrían que compartir a Eli,
la mujer que deseaban, así que intentaban forjar más que una relación de
amantes, una amistad. Pero supo que se había sonrojado por la fantasía de ella,
quizás… tal vez… más tarde se pudiera dar. El observó la habitación que se
había convertido en su hogar. Allí lo habían abrazado mientras lloraba por su
fracaso. Allí se había peleado en más de una ocasión con Michael y con Eli,
pero también había conocido lo que era la libertad sexual entre adultos. Razón
por la que amaba a Eli en silencio.
-Coman, quedan dos envases en la nevera y creo que
un poco de azúcar natural les viene bien a las dos. Están muy pálidas.
-Armando, siento el haberle golpeado.
-No hay lío. Sara es especialista en explotar el
punto débil de las personas y creyó que te haría sufrir golpeando a nuestra
dulce Cristina. Era hora de que se encontrara con una leona defendiendo a su
cachorro. Temo por el mundo cuando seas madre.- La vio encogerse, recordando lo
que había dicho sobre la pérdida de su bebé. Se maldijo en silencio por su
torpeza, por hacerle sufrir y volver a recordarle el hecho.- Lo siento, debí
tener más cuidado con lo que decía.
-No quiero que midas tus palabras. Di lo que
quieras. Yo soy fuerte y no voy a romperme. Además con lo rotos que estamos, lo
mejor es hablar cuando no estamos solos.
-¿Por qué no me llamaste…?
-Te llamé… pero… bueno no importa ahora. Lo
importante es que somos fuertes juntos. Eres consciente que no estás solo,
¿verdad?- Eli había hecho referencia a los diferentes pasados que todos
cargaban en silencio con una sonrisa en los labios. Michael la abrazó y ella
acarició a Cristina que lloraba y reía con un pedazo de mango en los labios. La
joven aún tenía las heridas abiertas, pero sobreviviría.- ¿Qué ha sucedido con
Sara?
-Sé que bomba ha preparado y me gustaría matarla
por utilizar a nuestros hijos de esta forma.
-Sabes que en su momento le amaste.
-¿Qué es amor?
-Es cuando cuidas de esa persona, cuando quieres
verle reír aun a costa de tu orgullo. Son esas cositas chiquitas que nos
recuerdan que somos humanos gracias a ese ser que está a nuestro lado…
-Es sentirte seguro en ese lugar, rodeado de las
personas que quieres. Es desear poder protegerle con la misma fuerza.- Cristina
los miró de reojo y sonrió. Sabía muy bien que allí no era la rara… allí era la
mujer con un gran equipaje, pero dispuesta a sonreír por lo pesado que era.
-Muy cierto Cristina, pero Sara ya no es la mujer
de la que me enamoré. Hace mucho que sus sentimientos no llegan a mi corazón.
-Sí, pero eso no significa que no estuvieran, sólo
que la persona en que se ha convertido no es por quien tu corazón responde en
estos momentos.
-Michael, te doy la razón mi amigo, pero ahora lo
único que me interesa es ser un buen padre. Tal vez volver a sonreír y aprender
a disfrutar de la vida instando a mis hijos para que vivan con cuidado, pero
con energía cada una de sus etapas.
-Jey pá, no te pongas flan. Hola Eli, Michael…
¡Cristina! Pensé que seguías en Utha.- La voz conocida de Marcos gritó desde la
puerta, avisando la llegada de los hijos de Armando. Feith, con su actitud burbujeante,
Marcos el chico-hombre "dark" y el ángel de la casa, JD. Ese último
tenía un algo...
-Regrese hace dos días.- Cristina susurró ante la
sorpresa de los recién llegados.
-No habías llamado.- Feith, susurró, mientras hizo
un puchero, pero se notaba que no estaba enojada. Aún así Cristina tembló un
poco pensando que debió haber llamado. Pero si lo tomaba…
-Hi…-Marcos saludo desde la puerta sin acercarse
mucho. Ella bajó la mirada y comenzó a balbucear un poco.
-No te llamé… bueno no quería traerte problemas… tú
sabes.- Feith miró sobre su hombro hacia la mujer que le había dado la vida, y
comprendió la situación. Pero se preguntó a quién miraba Cristina, a
Marcos con su ropa negra y estilo gótico o a su madre que no sabía qué decir
ante lo que veía. Era fácil pensar que no deseaba que la esposa de Armando
tomara el teléfono, pero cabía la posibilidad de que a quien estuviera evitando
fuera a su hermano, Marcos. Ella observó a su madre y su hermano, el otro chico
que parecía recién sacado de la infancia, a pesar de estar cumpliendo los
trece. No había otra palabra que pudiera caracterizarlo que no fuera “cute”.
Era un retrato vivo de su madre eso sin duda. El cabello rubio y ojos azules
eran dignos de cualquier príncipe.
-Hola chicos, quieren mangos…- dijo Cristina
mostrando el pote de cristal.
-Dale…- JD se acercó a pesar de que su madre había
intentado retenerlo a su lado. Sara supo que había perdido. Todos en esa
habitación se conocían, Marcos seguía en su lugar, pero sus ojos brillaban con
deseos de unirse al grupo que sentados en el suelo entre el balcón y la
habitación compartían alimentos.
-¿Qué diablos…?- Sara no podía creer lo que veían
sus ojos estaban cargados de furia y odio dirigida hacia Armando, pero en
especial a Eli, que la observaba tranquilamente.
-Madre calla… no puedo creer que para esto nos has
traído.- Marcos que se había mantenido al lado de la puerta con su cara sería y
siempre enojada, más vestimenta gótica, se acercó al grupo pero no se acercó a
su padre, parecía un ángel caído en una misión. Se sentó al lado de Cristina,
olvidándose que su madre estaba en ese lugar. Ella salió de la habitación
llorando, llanto que dejo un gran silencio en los que se quedaron. Sabiendo que
no sería fácil lo que venía.
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