LF Capítulo 7

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Capítulo 7

Verdades

-Faith el agua… disculpe me puede decir su nombre.- Las palabras del hombre lo sacaron de su ensoñación. Él paso sus dedos por el cabello negro que se acomodó como le dio la gana. Lo vio observarlo con un brillo diferente en la mirada, no tenía idea de que había hecho para provocar esa mirada, el enfermero de la señora Crast parecía haber sufrido un susto. La mirada no tardó mucho en convertirse en una profesional.  

-Carlos…- Sara abrió los ojos de golpe y dio un salto. Su hija la miró cuestionando la reacción. Pero no se quiso mover, observó a Michael que asintió al enfermero.

-Gracias Carlos, voy a necesitar su ayuda. ¿Sara qué prefieres?- Michael colocó varias tapas en su mano, ella las tomó con cuidado, una por vez y olfateo.

-El segundo.- Susurró bajando la mirada de inmediato a su regazo.

-De acuerdo…- Él comenzó a sacar potes de cuatro onzas y colocarlos en el lavamanos, el último que sacó le coloco la tapa y lo metió en el bolsillo de su pantalón.- ¿Estás lista?- la vio asentir y sonrió a Faith para que le diera la regadera manual, para mojar el cabello de Sara que esperaba sentada en una silla de baño.- ¿Cómo siente el agua, te gusta?

-Sí, gracias.- Otra vez un susurro. Michael sospechaba que tenía que ver con Carlos, no deseaba sacarlo del baño por lo que había dicho Eli, pero Sara parecía no estar cómoda con la situación. Michael deseo estar haciendo lo correcto y comenzó humedeciendo el cabello rubio y largo de la mujer. Mientras acariciaba delicadamente le cráneo de ella, caricia que arrancó un gemido de sus labios femeninos. Faith notó la reacción en su madre y sonrío ante las posibilidades.

De la misma forma noto los movimientos seguros de Michael, que le había entregado la regadera y buscó uno de los frascos, echando todo su contenido en la mano. Con los dedos largos atrapo cada hebra de cabello y la masajeo junto con la cabeza, eliminando toda suciedad, mientras que el olor a rosas y canela envolvía la habitación. Sara volvió a gemir pero esta vez de forma más extasiada. Sin duda, el hombre sabía muy bien como incitar con sus dedos el cuerpo de una mujer. Incitación que estaba provocando reacciones en el enfermero que no se perdía ninguna de las reacciones de la mujer que en un tiempo había sido su vida.

Él seguía moviéndose incomodo en la puerta, mirando por el rabillo del ojo el rostro sonrosado de Sara. Cerró los ojos, no pudo evitarlo la imagen que llegó y dejo escapar un gemido, sonido que provocó que Sara lo mirara sorprendida, ambos se perdieron en la mirada del otro. Faith fue testigo silencioso de la mirada entrelazada de ambos, luego buscó apoyo en Michael que sólo negó con la cabeza, pidiéndole que guardara silencio. Enjuago la espuma rosa del cabello e hizo un movimiento pidiendo el acondicionador. El joven se movió despertando, sin poder evitarlo, como si estuviera en una sala de operaciones, tomo el frasco lo abrió y vertió el líquido en la mano que acariciaría el cabello que él deseaba tocar.

-Huele delicioso…- murmuro Sara con voz ronca y sexy, ambos hombres se tensaron pero mantuvieron la mirada lejos de los atributos femeninos.

-Es rosa y canela, con un poco de lavanda. Ayuda a relajarse y da brillo al cabello. No contienen ningún componente químico. Es todo natural.- Michael murmuro con una sonrisa en los labios, sabía muy bien de que hablaba, él había preparado la mayoría de los productos que utilizaba.

-Tal vez por eso es que huele tan bien.- Faith mantuvo la boca cerrada, como si temiera que uno de sus comentarios pudiera romper el delicado balance que se había forjado en la habitación. Ayudaba a su madre evitando que el agua o la espuma fuera al rostro o a la parte frontal de su cuerpo, donde tenía las heridas. Pero por lo demás era un ente inexistente en la relación que se había forjado entre su madre, Michael y el enfermero que no perdía detalle de la mujer que sentada disfrutaba de las caricias. El acondicionador ayudaba a liberar el cabello de sus enredos, los dedos de Michael hicieron el trabajo con cuidado, cuando estiro la mano el hombre le paso una peinilla que se mantenía en un paquete, anunciando que era nueva. Con ella dividió el cabello y termino de desenredar los mechones que húmedos parecían color miel.

-¿Y ahora qué?- Dijo Sara relajada pero a la expectativa de lo que podía suceder.

-Te molesta quedarte en ropa interior, para poder darte un baño de esponja.- La mujer escuchó sorprendida a su hija.- Yo cuidare que el agua no te caiga en el pecho y se humedezcan tus vendajes, el enfermero puede cambiar alguno si se llega a mojar, tu puedes lavar con cuidado tus partes íntimas antes de salir, mientras los caballeros nos dan un poco de privacidad. Pero no puedes negarte a sentir las manos de Michael recorriendo tu piel, ¡son deliciosas!

-Sin promoción Faith.- Michael gruño las palabras, luego ataría a la joven y la amordazaría, pero por ahora se tenía que aguantar con bajar el tono de sus comentarios.

-Yo no tengo el sostén… bueno no sé… es que la verdad…- La mujer se sonrojó sin poder evitarlo. Ya no era la jovencita de veintiún años que él recordaba. La verdad era que no deseaba dejarle ver su cuerpo envejecido.

-Será como si estuvieras en traje de baño, por lo del sostén, no te preocupes, te das la vuelta y tu quedas con el baño en el área frontal, si te incomoda que lo haga Michael.

-¿Él? ¿No lo vas a hacer tú?

-Madre, yo estoy como testigo de que estos dos varones de sangre caliente no se vallan de rumba con tu desnudes. Pero no me toca defenderte de pensamientos impuros que puedas despertar. Mi trabajo no es el masaje y el baño, eso es cosa de Michael. 

-Pero que dices. Yo estoy demasiado gorda para llevar a unos jovenzuelos a la fiesta.

-Señora… nunca dude de lo que le puede hacer un cuerpo femenino con sus curvas y la suavidad de su piel a la psiquis masculina.- Sara observo a Michael como si fuera la primera vez que lo veía. No dijo nada ante la acción de su hija de quitarle la bata. Notó como se sonrojaba su piel ante la mirada apreciativa del que había catalogado como joven. “Dios, si las miradas quemaran ella estaría envuelta en llamas.” Se dio la vuelta y escuchó un gemido en la puerta, cuando miró a Carlos, notó que su piel blanca sonrosada y sus ojos rasgados devorando con lujos de detalles los pechos que ella había catalogado como gordos. Su pantalón mostraba una evidente erección, tensando el tejido blanco que traslucía muy bien su ropa interior y alguna sombra que bien podría ser cabello púbico, lo que trajo consigo un mar de recuerdos. Cerró los ojos y recordó sin poder evitarlo, deseo volver a ser esa joven… pero sin escapar de esta nueva visión adulta.

-Te lo dije…

-Faith…

-Faith, por favor…- El nombre de la joven en labios de Sara y Michael hicieron sonreír a todos, incluso al avergonzado enfermero. Michael tomó una esponja de coral, y la llenó de un tercer líquido color lavanda, comenzando a frotar la espalda de la mujer que se dio la vuelta sonrosada con la situación. Los dedos de él presionaban en los puntos de mayor tensión, provocando gemidos que escapaban a su control. Faith compartía la sonrisa de Michael ante la reacción, sin embargo, vio como algunas gotas de sudor brillaban en su frente. Era una prueba irrefutable de lo que estaban provocando los gemidos de la mujer en su cuerpo. Vio como ambos se estremecieron, los largos dedos habían rozado el borde de los pechos femeninos por accidente, pero ambos reaccionaron ante la caricia. 

Podía ver como su madre se estremecía bajo sus manos, que su joven cuerpo había sentido en más de una ocasión. Michael sonrío al ver el brillo en su mirada, ambos eran conscientes de los posibles cambios que iba a sufrir su relación en cuanto ella cumpliera la mayoría de edad. Algo que Faith esperaba con locura, pasar del odioso nivel dos al nivel cinco, al cual llegaban muy pocas personas. Entre ellas estaba Eli, Cristina y se sospechaba que su padre Armando. Pero la verdad no era la relación íntima, era el verse envuelta entre los brazos de un hombre al que respetaba y que no temía. Era romper con el miedo que aún le congelaba, provocado por la intimidad con un hombre.

-Michael…- Todos aguantaron la respiración ante el susurro de Sara, sonaba muy excitada. Tanto que se podía decir que estaba a punto de llegar al clímax.- Sí…- con una sola palabra la mujer tomo en sus manos los dedos traviesos y los llevo a jugar con sus pezones endurecidos. Caricia que provoco un pequeño gritito en Sara y una sonrisa malvada en Faith, que notaba la cara sorprendida de Michael.

-Te dije que tus dedos son un pecado.- la voz de la joven contenía todo gramo de picardía que pudiese encontrarse en tres adolescentes juntos.

-Sí, lo son… deberían ser ilegales.- susurró Sara con voz ronca, se dio un poco la vuelta y miró a Carlos que observaba la escena sin decir palabra y deseo echarse a llorar en su brazos. Reconocía que se estaba engañando, deseaba que fueran sus manos y no las de un hombre que apenas conocía. Pero era imposible, el tiempo y el que dirán social, habían cerrado la puerta a ese mundo.  

-Y eso que aún no llega el masaje.

-¿Qué?

-Madre el tratamiento hoy es a nivel tres, lo que incluye masaje, lavado de cabello y cuerpo. Sensibilizando tu cuerpo, eliminando la tensión, provocando que tu cerebro desarrolle serotonina, componente químico de la felicidad. Este componente ayuda a luchar contra la depresión. Yo aún me quedo a nivel dos, lavado de cabello y masaje.- la mujer abrió los ojos y miró a su hija buscando un rostro enamorado con el hombre que no se había separado de ella.

-¿Luego me explicas?- La joven sonrió traviesa, mientras ayudó a su madre a eliminar la espuma de su cuerpo, pero se sorprendieron ambas cuando Michael la cubrió con una toalla blanca levantándola en brazos hasta la cama.

-Vamos a cortarlo aquí, disculpe los inconvenientes. Faith coloca la toalla jumbo en la cama.- el enfermero no sabía dónde mirar. Faith cubrió el cuerpo de su madre y dio otra toalla de menor tamaño a esta para su cabello. No pudo dejar de disfrutar de la imagen del cuerpo femenino con su piel blanca entre los brazos oscuros de Michael. Estaba segura que algo tuvo que decir su rostro ya que ambos estallaron con su nombre en exclamación.

Cuando su madre se había colocado en la cama boca abajo y con una toalla cubriéndole el cuerpo, le ayudo a quitarse la ropa interior. Ella se quedó con las mismas en las manos y se alejó hacía el baño. Michael tenía una de las piernas en sus manos y pasaba sus dedos untados en aceite por ésta.

-Me ayuda a recoger el equipo.- El enfermero Carlos parecía transfigurado, sin poder quitarle la mirada a la ropa interior que Faith movía como si fuera una bandera.

-Sí… yo bueno…

-No hay problema, es difícil ver a Michael trabajar y no encontrarlo sensual. El hombre es un hechicero en su área de “expertise”.- Ambos en silencio comenzaron a recoger los pequeños frascos y todo lo que había utilizado para bañar a la mujer. Cuando él tomo la pequeña esponja, supo que un nuevo sonrojo se había posado en su rostro. Faith saco una tarjeta de trabajo de Michael de la pequeña maleta, entregándosela al inquieto enfermero. -Sólo por sí tienes preguntas.

-Gracias.- En esos momentos escucharon a Sara gemir con mayor fuerza. La cortina que daba privacidad a su cama estaba corrida. Ellos sólo podían imaginar donde podría estar tocando Michael. Al salir del baño ya recogido, vieron que en la estación de enfermeros estaba la enfermera del nuevo turno. Carlos con una sonrisa trémula se excusó sin poder evitarlo, salió por la primera puerta, negó con la cabeza intentando contestar con su negación las preguntas que estaban en la mirada de la compañera de trabajo y salió de la habitación de monitoreo disparado. Ella sonrió sin poder evitarlo, imaginaba que terminaría haciendo el enfermerito… la pregunta era, el nombre de quién tendría en los labios.

Al quedarse sola en la sala, Faith no hizo ademán de acercarse al santuario en que se había convertido ese cubículo para su madre. Al levantar la mirada por sentir el zumbido de la puerta, creyendo haberse equivocado con Carlos, se encontró con los ojos muy abiertos de la doctora que había atendido a su madre.

-¿Qué diablos sucede aquí?- El brillo malicioso decía muy bien que pensaba que estaba sucediendo. Los grititos extasiados de su madre no ayudaron a evitar esa conclusión. Pero no hubo movimiento que anunciara la salida de Michael, siempre muy profesional. Cuando la doctora tocó la cortina para abrirla un gemido profundo y gutural salió del lugar, haciéndole dudar de abrirla. Con el rostro marcado por el disgusto y un movimiento brusco del brazo abrió la cortina, para encontrarse con una mujer en medio del éxtasis total, cubierta por un par de sabanas y al hombre que había visto en la sala de espera con un pequeño pie entre sus manos. El lugar estaba envuelto en una dulce fragancia y el rostro sonrosado de la mujer se podía decir que brillaba, lleno de salud y juventud. La enfermera que estaba a su lado se sonrojó sin poderlo evitar y escondiendo como pudo la carcajada que sea veía quería escapar de su pecho.

-¿Buenos días?- Faith hizo el comentario con tranquilidad y una ceja arqueada.

-Hola… disculpe…-La enfermera tenía la tablita en las manos y no sabía si llorar o reír por lo que tenía ante sí.

-Sí… esto… ¿qué sucede aquí?- Logro articular al fin la doctora que parecía una quinceañera, sin poder alejar la mirada de los dedos que no se detenían en su propósito.

-Aroma terapia y masaje. El movimiento de sus manos es en conjunto lo que se conoce como reflexología.- Contesto Faith al ver que ninguno de los adultos podía terminar una oración coherente. La doctora por vergüenza, la enfermera por la risa, su madre por los gemidos y Michael por estar concentrado en los puntos de tensión en la planta del pie.

-A sí, lo había mencionado la doctora Crast.- Michael continuó moviendo sus dedos de forma pausada, a lo que Sara reacciono con una sonrisa sensual y otro grupo de gemidos.

-¿Señora, se encuentra bien?

-En el cielo.

-¿Las heridas?- volvió a preguntar la doctora con duda.

-Las había olvidado, pero no me duele nada.- Michael sonrío sin poder evitarlo. Había evitado mojar las heridas que eran cuatro en total, pero no se había dado cuenta que Sara se había olvidado de las mismas.

-¿Cuántos años de experiencia?

-Doce, por qué.

-Parece que controla muy bien su trabajo. Está terminando.

-No sólo comenzando, pero si desea examinar a la paciente puedo detenerme en los tobillos.

-¿Sólo comenzando?

-El masaje es un tema que me apasiona, los aceites ayudan a la reacción deseada en el paciente. Ambas áreas son mi especialidad.

-Sí…- susurraron Sara y Faith al mismo tiempo. Lo que provoco envidia en las mujeres que no habían sentido las manos del caballero en el cuerpo. La doctora no sabía que pensar de todo eso.

-Creo que si hablo con la doctora Crast podemos arreglar algo para dar el alta de la señora en un par de días. Está claro que se siente mejor y se encuentra en buenas manos. De seguro ahora no querría morir.- Sara se tensó ante las palabras.

-Cómo quiere que le explique que no deseaba morir. Solo quería sentir parte del dolor que le había endilgado a mi hija por mi estupidez. Maldición, ninguna de las heridas eran mortales…- Las palabras murieron junto a la tensión en el cuerpo al Michael hacer presión en un punto específico con los nudillos de su mano. Faith estaba sorprendida y supo que esa era la razón por la que Eli había enviado a Michael a ayudar a su madre, siempre había espacio para ser imperfectos, siempre había espacio para equivocarse, solo sangraban por boca, ojos y nariz aquellos idiotas que no reconocían sus errores. Y por lo que veía su madre no era una total idiota.

-Está bien señora, no se enoje. ¿Saben dónde puedo encontrar a la doctora Crast?

-La llamo ahora.- Faith tomó el teléfono de Michael marcó el número de su padre. Al contestarle preguntando si era Michael, ella contesto.

-No, es tu hija, la doctora desea hablar con Eli.- Él paso el mensaje e hizo una pregunta.- Estamos en la sala para desarrollar depresión, sabes que el verde es horrible.

-Faith concéntrate…-Susurro Sara, comprendiendo la necesidad de su hija de hacer comentarios no relacionados a lo que le preocupaba o asustaba.

-Sí madre…- El padre contesto algo también y ella cerró el teléfono con una sonrisa en los labios.

-Ya viene la doctora.- La sonrisa inocente de Faith no engaño a nadie, pero como delatarla ante la situación que había vivido.

-Gracias.- La doctora continuo hablando con Michael y Faith sobre los masajes y los aceites que usaba, cualquier cosa por no dejar que la habitación quedarla llena de los gemidos de la mujer. Sin saber que al otro lado del hospital Cristina intentaba cumplir con la petición de Eli, manteniendo a alguien fuera de esa habitación.

-Vamos no seas malo, es hora de que busquemos a tu hermano y busquemos algo de ropa para tu mamá.- Cristina se fijó en el rostro tenso de Marcos. No era feliz, ni siquiera con la idea de Cristina dedicada a su compañía aunque solo fuera para hacer algún recado.

-Voy al baño y nos vamos, déjame respirar un poco. Estás demasiado rara. Quisiera saber que sucede, no creas que no me he dado cuenta que me estas protegiendo de algo. Carajo… ya no soy un niño.- Marcos tenía razón, el problema estaba en que ella no sabía de qué le estaba protegiendo. Eli no había tenido oportunidad, en el momento en que terminaron de comer el desayuno y se preparaban cada cual para seguir con una tarea en específico, entró la llamada. Lo único que sí pudo hacer Eli fue recalcarle el no dejar solo a Marcos. Lo vio entrar por una puerta y supo que el joven le había ganado, entró al baño de varones un lugar al que no le podía seguir. Se recostó contra la pared contraria y no despego la mirada de la puerta, esperando que el joven saliera sin encontrarse con el problema avisado.

Marcos no podía creer que al fin tuviera toda la atención de Cristina y fuera de niñera. Maldición, nada buena la cosa. Los pensamientos fueron interrumpidos por un gemido que salió de unos de los cubículos. Podía pensar que los gemidos eran por culpa de un estreñimiento de los mil demonios, pero los jadeos eran otra cosa. El tipo se la estaba montando buena, ¿en un hospital? Maldición, el lugar más raro de todos para hacerse una puñeta. Él se acercó al orinar, pero no pudo evitar pensar en cuando a él le tocaba la tarea, intento no pensar en eso porque no sería bueno salir del baño con una erección. Se concentró en el examen de gramática que había colgado con una D, en los errores cometidos en el mismo y que fueron marcados con tinta roja. Ya estaba terminando cuando el nombre de su madre lo sobresalto en labios del que se había entregado a la pasión. El susto fue enorme, tanto que se le cortó la inspiración, se obligó a pensar que era un error. Que había parecido el nombre de Sara, pero pudo ser Mara, Laura, cualquier otro con la misma resonancia. Decidió que era mejor salir del lugar antes que el tipo terminara con lo suyo. Pero no atinaba a colocarse bien el maldito pantalón. La bragueta se había atorado, maldijo de forma escandalosa en varios idiomas. Cuando levanto la vista vio como la puerta del cubículo se abría, para él la acción paso a modo lento.

Cuando se encontró con un rostro muy parecido al que veía en el espejo todas las mañanas, deseo haber salido corriendo del lugar con Cristina detrás. No quería saber que significaba, no quería discutir con un desconocido el por qué se la hacía a nombre de su madre, pero sí tenía ganas de liarse a puñetazos con el maldito destino que parecía estar burlándose de él.

-Yo…

-Olvídelo, no quiero saberlo.- Marcos se movió con rabia, saliendo del lugar como si le persiguiera el mismísimo demonio. La sonrisa de Cristina fue sustituida por una mirada de susto al ver quien salía por la puerta.- Me cago en la madre de todas las puñeteras…

-¡Marcos…!- El gemido de dolor de Cristina le hizo tragarse la próxima ristra de maldiciones.

-Pido disculpas.- Cristina asintió, ella hubiera dicho dos o tres si también se hubiera encontrado con una sorpresa como esa, al ver al hombre supo la razón por la que Eli no quería al joven solo. También supo que ese encuentro había fastidiado cualquier posible sentimiento positivo que podía tener el joven por su madre. El hombre era una versión mayor y más madura del joven, uno vestido de negro y otro de blanco, pero seguían siendo dos gotas de agua.

-Yo quisiera…

-Si desea una respuesta, vallase a pedírselas a la mujer por las que se la estaba haciendo en el baño. A mí no me joda la puta vida. ¡Cristina… vamos!- Él comenzó a caminar sin fijarse sí la joven lo seguía. Tenía que salir del lugar antes de ir a estrujar a su madre contra el suelo. Aunque temía era más porque tenía deseos de echarse a llorar y no quería que nadie lo viera, pero antes muerto que aceptar que le había dolido enfrentarse a la verdad de la traición de su madre. Una cosa era saberlo en teoría, otra muy difícil encontrarse en esa situación con la evidencia. El dicho que su abuela había restregado describiendo la situación de diferentes jóvenes en el barrio llegó a su mente con cruel realismo. “Hijo de puta, saca a padre de duda” sin duda, un refrán sin autor, pero que en ese caso era tan cierto como que el sol estaba alto en el cielo.

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