Complejos…
Allí está nuevamente, mi Némesis, mi enemigo mortal… el que me muestra los años, las grasitas extras, las marcas en la piel y la sonrisa falsa en la que me quiero esconder. Allí está el reflejo gritando barbaridades e idioteces que me entran en el cerebro, como cachetadas dirigidas a herir al orgullo. Observo a ver si el condenado tiene razón, veo algunas líneas de expresión, veo alguna cicatriz por tonterías cometidas, también encuentro la papilla caída… ¿pero qué es esto? ¡La flor se ha marchitado y ni cuanta se ha dado por el rostro estar volteando!
La nariz más ancha, herencia africana… no está mal junto a mi piel blanca, por otra parte mis ojos se esconden bajo el cristal que les ayuda a ver, miopía según el oculista, encontrando al mundo borroso y arenoso. Pero el color no está mal y la mirada picara aún se queda, para de vez en cuando jugar. Así sigo con la cruel inspección, el cuello lo veo marcado, no uso cadenas y las arruguitas hacen gala en ese paseo que se acerca al cuerpo de mujer de treinta.
Las curvas se han caído, se han ensanchado, la barriguita se ha aflojado y yo sigo con la inspección ayudada por el diablo. Mis piernas no están mal pero reflejan al sol a dos millas y quién sabe si más. Pensando en todo estos pecados que oculto al mundo con ropa bien escogida, me dan ganas de llorar y pelear… pero no me aguanto y al idiota del reflejo le saco la lengua y tal vez también el dedo. Me burlo de él por ser frío, por no sentir emoción ante un beso, al no ser capaz de provocar calor con sus brazos… mientras que yo me remuevo la capa de complejo que el condenado me ha dejado, salgo afuera, moviendo mis caderas, con el swing latino que de mis antepasados he heredado, sonriendo al sol y al destino ante todo lo vivido.
Puede que no esté al lado de las modelos de Oscar de la Renta, de Versalle o de esas flacas que se insultan tras bastidores para sonreír y abrazarse como buenas amigas ante espectadores, pero yo soy la mayoría, lo cual no quiere decir que deje de ser bonita, que mi sonrisa no llame la atención y que esas grasitas no inciten a alguna fantasía.
La nariz más ancha, herencia africana… no está mal junto a mi piel blanca, por otra parte mis ojos se esconden bajo el cristal que les ayuda a ver, miopía según el oculista, encontrando al mundo borroso y arenoso. Pero el color no está mal y la mirada picara aún se queda, para de vez en cuando jugar. Así sigo con la cruel inspección, el cuello lo veo marcado, no uso cadenas y las arruguitas hacen gala en ese paseo que se acerca al cuerpo de mujer de treinta.
Las curvas se han caído, se han ensanchado, la barriguita se ha aflojado y yo sigo con la inspección ayudada por el diablo. Mis piernas no están mal pero reflejan al sol a dos millas y quién sabe si más. Pensando en todo estos pecados que oculto al mundo con ropa bien escogida, me dan ganas de llorar y pelear… pero no me aguanto y al idiota del reflejo le saco la lengua y tal vez también el dedo. Me burlo de él por ser frío, por no sentir emoción ante un beso, al no ser capaz de provocar calor con sus brazos… mientras que yo me remuevo la capa de complejo que el condenado me ha dejado, salgo afuera, moviendo mis caderas, con el swing latino que de mis antepasados he heredado, sonriendo al sol y al destino ante todo lo vivido.
Puede que no esté al lado de las modelos de Oscar de la Renta, de Versalle o de esas flacas que se insultan tras bastidores para sonreír y abrazarse como buenas amigas ante espectadores, pero yo soy la mayoría, lo cual no quiere decir que deje de ser bonita, que mi sonrisa no llame la atención y que esas grasitas no inciten a alguna fantasía.
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